4.8.10

CUENTO

Corona de cristales

Sábado, otra ciudad, mapaches escurridos por las ventanas del departamento mirando nuestras proezas, copas de arboles sonando con el viento helado, silbante, escupido de desidia forestal, botellas de vino, Valentina me pide una copa mientras se carcajea y baila al ritmo de la música de los noventas, nostalgia absurda, divertida y etílica de clamor juvenil, nos paramos, fiesta se acerca, nos movemos, chillamos de emoción mientras nos arremolinamos en una esquina del cuarto, diez entes destilando locura disfrazada de felicidad!, taxis, taxis, taxis, llegamos al lugar neón, vivo, vivos y más vivos, gente común y corriente que no tiene idea de dónde o que hacen realmente (tú la tienes?), entremos, música, cristales de revolución corporal sudada y palpable, el grupo toca instrumentos de la edad del futuro cercano, odisea en el espacio! se avecina en un contoneo electromusical, el alcohol y las drogas hacen efecto en las caras amorfas de esta juventud desahuciada y desinteresada, el contacto entre caderas y rodillas se hace interesante mientras los dinosaurios se sorprenden de su entorno. Horas, segundos, días, tres minutos pasan y terminan, la salida es entrada, la entrada es una vomitada verde, y los niños juguetean con sus miembros en ella mientras observan National Geographic y Alf diferidamente. Regresamos y los mapaches fornican entre ellos y con un árbol de frutas tropicales rojas como la sangre de la sanguijuela chupando del glúteo de un puerco. Mas botellas, corona de cristales, Beto Alberto Betito El Albert! me convence de comprar más cosas, cosas, cosas, llamadas, ponen, ponen. Ocho de la madrugada de un día anterior de una época inconclusa seguimos ahí, mis brazos tenazas consumiendo una computadora musical mágica, el sonido sale de las paredes hacia dentro desde afuera, desde afuera del baño se observa la decadencia humana del after!, no hay lugar como el piso no hay lugar como el piso no hay lugar como el piso. Tumbados unos sobre otros, la risa soltada tal cual, gutural y real, la diversión es! realmente. Cambio de lugar, la sala ya no nos protege de las arenas movedizas, el beat de la música retumba en tímpanos lastimados ya por nuestra vida y la manera de manejarse dirigirse ¿superarse? en ella. Sudor, quijadas trabadas por el chicle gastado en ellas y una paleta TutsiPop! Se te pega en el chamorro contracturado por el baile. Cierralosojossipuedes! El sol va entrando por la ventana de la recamara invitándonos a usar gafas, el beat nunca disminuye manteniendo al cuerpo en el tono indicado para la emancipación divina. Las siluetas se empiezan a diseminar por la zona de batalla bajo la mirada incrédula de los mormones que se amontonan en las ventas con las manos en las bolsas vibrantes. Mi mano siente el rose! de un hombro, y el piso es una alberca de hedonismo húmedo, lodemás, lodemás, lodemas. Así inicia el día la juventud desencantada.

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